Según noticias publicadas en los últimos días en diferentes medios de comunicación, los sacerdotes de parroquias rurales de Zamora están preocupados por los sucesivos robos, que en apenas dos meses, se han sucedido en distintas comarcas de la provincia. Por este motivo, han comenzado la instalación de cámaras de seguridad en sus iglesias.
Quienes cometen los hurtos actúan amparados en la noche en días de diario, aprovechando que en los pequeños pueblos no hay ni un alma a esas horas, lo que facilita sus pretensiones pese a que, por lo general, las iglesias se encuentran en un lugar central del casco urbano. Acceden a la casa de Dios forzando alguna puerta o ventana y, una vez dentro, al ver que no tienen instalación de cámaras de seguridad, revuelven todo en la sacristía para intentar encontrar algún objeto de valor o dinero, aunque finalmente su único botín son unos cuantos euros en calderilla que se llevan de los cepillos y lampadarios.
“Es más el destrozo que causan que lo que se llevan”, explica el párroco de Torres del Carrizal, Pedro Faúndez. Los objetos de mayor valor se mantienen a buen recaudo y no se suelen dejar en los templos por las noches. Aún así los cacos no respetan nada y si encuentran un cáliz de cierto valor no dudan en hacerse con él. Lo mismo pasa con los adornos de las imágenes religiosas, aunque no siempre aciertan. En Torres, donde no tenían instalación de cámaras de seguridad, se llevaron la corona de la Virgen, pero ésta era de latón y tenía un escaso valor, aunque los ladrones “debieron pensar que era de oro”.
El caso más llamativo de la treintena de robos que se han denunciado en la provincia de Zamora ha correspondido al templo de Carracedo, un pequeño pueblo de la comarca de Benavente en el que los amigos de lo ajeno lo tienen aún más fácil que en otros lugares, ya que allí la iglesia se encuentra fuera del casco urbano y tampoco tiene instalación de cámaras de seguridad. Eso favoreció que en esta ocasión lo que robaran fuera una de las campanas, de más de 200 kilos de peso. Cuando el párroco, Miguel Hernández, acudió a la Guardia Civil a denunciar los hechos, los agentes, al verle, creyeron que se trataba de uno más de los típicos robos en iglesias pero no salieron de su asombro cuando les detalló el voluminoso y pesado objeto que se habían llevado esta vez los ladrones.
Los hurtos en los templos han generado una sensación de inseguridad y alarma entre los vecinos de los pueblos de Zamora, que se sienten indefensos y ven cómo los ladrones aprovechan que apenas hay gente y ésta es de avanzada edad para actuar con mayor impunidad. Ese aspecto lo ha reconocido el propio subdelegado del Gobierno en Zamora, Jerónimo García Bermejo, que admite que los pueblos “se están haciendo vulnerables con la despoblación” y el hecho de que no transite nadie a partir de una determinada hora facilita la labor de los cacos. Aún así, la Guardia Civil es consciente de la alarma social que causan estos robos y centra sus esfuerzos en intentar dar con los autores, pese a las dificultades que entraña investigar este tipo de hurtos al no contar los templos con instalación de cámaras de seguridad que faciliten la identificación de los ladrones.
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